La tercera fecha del ejercicio 1994 de la Fórmula 1 quedó marcado con tinta indeleble por el resto de la historia de la categoría. El GP de San Marino, en el circuito de Imola, fue maldito, como si algo sobrenatural se hubiese posado sobre el trazado de Emilia-Romagna. La muerte de Ayrton Senna fue el trágico colofón de un fin de semana luctuoso.
Todo comenzó en el primer entrenamiento del viernes 29 de abril. El joven Rubens Barrichello, de 21 años, estaba en su segunda temporada mundialista y contaba con una protección especial de Senna. El día de su debut en F1, en el GP de Sudáfrica de 1993, Rubinho estaba en el box del equipo Jordan con los lógicos nervios de su primera vez en ese lugar que tanto había anhelado. Repentinamente apareció Ayrton. “Bienvenido y, si necesitas algo, estaré allí para ti”, fue la bendición que recibió Barrichello de la estrella absoluta. Senna siguió con especial atención cada movimiento de su compatriota en las carreras. Justamente el primer llamado de atención que tuvo Ayrton en Imola fue con Rubens.
Durante el ensayo que abrió la fecha, Barrichello perdió el control de su Jordan-Hart en la Variante Bassa, a 225 km/h, el auto literalmente tomó vuelo y se estrelló violentamente contra el muro y el alambrado. Imola quedó en silencio. Senna se quedó petrificado frente al televisor en el box de Williams. Se temió lo peor. Rubens, según él mismo contaría luego, estuvo muerto por seis minutos tras el impacto de 90G. Milagrosamente, el brasileño salió vivo del pavoroso accidente. Ayrton dejó todo lo que estaba haciendo y corrió al centro médico del circuito para saber el estado de salud de su protegido. Una dislocación de costilla y fractura de nariz fue la única consecuencia física que tuvo, sumado a que tardó un mes para terminar de recuperar la memoria. La maldición había caído sobre Imola y todo iría en aumento.
Sábado 30 de abril. Clasificación. Senna ya no tenía buen semblante. Desde el arranque del año estaba preocupado por el camino que había tomado la FIA con el reglamente técnico. La quita total de las ayudas electrónicas traía aparejado que se bloquearan las suspensiones y, para colmo, se habían estrechado los neumáticos y eran difíciles de poner en temperatura, más después del ingreso del auto de seguridad. Todo, sumado a las altísimas velocidades que alcanzaban los coches en circuitos que, en algunos casos, no tenían la seguridad en perfectas condiciones. Ayrton lo sabía, Ayrton lo decía, Ayrton lo intuía. Algo estaba mal.
El austríaco Ronald Ratzenberger había llegado a la Fórmula 1 de grande, a los 33 años. Venía de debutar en el GP del Pacífico, segunda cita de 1994, con el Simtek-Ford. En su palmarés había cinco participaciones en las 24 Horas de Le Mans y algunos triunfos en la F-3000 Japonesa. Y llegó a la F1, financiado con el dinero logrado en su paso por Asia y que le alcanzaba para correr apenas cinco Grandes Premios. En la clasificación de Imola, tuvo un roce con David Brabham que dañó su alerón delantero, hecho que decantaría en un terrible despiste en la curva Villeneuve, a 300 km/h. El auto se destrozó tras el golpe contra el muro, el habitáculo resistió, pero Ratzenberber murió por la fractura en la base del cráneo. Para Senna fue un golpe devastador.
El sábado a la noche, Ayrton tuvo una larga charla con Adriane, su pareja, y luego con su mánager, Julian Jakobi. No quería correr. Sid Watkins, el histórico médico de la Fórmula 1, tenía una confianza extrema y un enorme cariño por el ídolo brasileño. “No corras, vamos pescar”, le dijo el inglés. “Doc, hay cosas sobre las que no tenemos control”, fue la lacónica respuesta del piloto. Contratos, patrocinios, compromisos… Ayrton debía subirse al Williams FW16 al día siguiente y correr la tercera cita del Mundial.
El domingo 1° de mayo, Senna llegó de mal semblante al autódromo. Conmovido por la muerte de Ratzenberger y el tremendo accidente de Rubinho, se lo notaba muy pensativo. Durante la larguísima noche tomó la decisión de hablar con los pilotos antes de la competencia para mancomunarse en un pedido a la FIA para mejorar la seguridad. El momento sirvió hasta para limar asperezas con Michael Schumacher, quien rápidamente se puso a disposición de Senna para crear una comisión de corredores que tuvieran protagonismo y peso en las determinaciones del ente rector. Gerhard Berger, amigo personal del brasileño, rápidamente se alistó. Lo mismo que Damon Hill y el ya retirado Niki Lauda.
Roland Bruynseraede, el director de carrera, fue increpado por varios pilotos, con Senna a la cabeza, durante la mañana de Imola. Querían respuestas, querían seguridad. Algo no estaba bien. La vida de Ratzenberger no podía únicamente engrosar la estadística luctuosa de la Fórmula 1. El encuentro terminó con una tregua: se reunirían otra vez, dos semanas después, en Mónaco.
Senna se sentó en su Williams y, en contra de su rutina, no se puso el casco de inmediato. De hecho, fueron varias las fotos que le tomaron ese día en su coche, atado con los cinturones, pero con la cara descubierta. Se lo veía apesadumbrado. En una entrevista previa con la televisión francesa, Ayrton le envió un mensaje a Alain Prost, su archirrival durante diez años y quien oficiaba de comentarista en la cadena de TV. “Todos te echamos de menos, Alain”. El francés no estaba en el estudio en ese momento y no lo escuchó. Recién se lo mostrarían una vez terminada la carrera…
Senna se calzó el casco y acomodó en su cockpit una bandera de Austria. Quería brindar un homenaje a la memoria de Ratzenberger en la vuelta de honor enseñando el emblema austríaco. Jamás podría hacerlo.
Llega el momento de la carrera. Ayrton larga desde la pole position, seguido de Schumi en su Benetton. Un accidente en la partida que tuvo a Pedro Lamy y Jyrki Jarvilehto deja la pista llena de trozos de carbono e ingresa el auto de seguridad para poder limpiar. En la sexta vuelta, el safety car apaga sus luces y la carrera se relanza. Senna mantiene la punta, presionado por Schumacher y llegan a Tamburello, un veloz curvón de 300 km/h. De repente, el Williams no dobla, siguió derecho, Senna trata de frenarlo y se estrella contra el muro en un ángulo muy complejo para la resistencia del físico del piloto. Imola vuelve a quedar mudo. El silencio en un autódromo es la peor señal, siempre. El casco amarillo se balancea, Senna no sale, son las 14.17 del 1° de mayo de 1994. La carrera se detiene con bandera roja. Sid Watkins comienza su trabajo, trata de salvarle la vida a su querido Ayrton. Lo atiende en un charco de sangre (confirmado por Eric Comas, quien pasó por ahí). A las 14.20, ya fuera del auto, le realizan una traqueotomía. A las 14.33 Senna es trasladado en helicóptero al hospital Maggiore de Bolonia y a las 14.55 la competencia se reanuda.
A las 18.40, la doctora María Tereza Fiandri dijo: «El electroencefalograma de Ayrton Senna no registra ninguna actividad. Lo mantenemos vivo porque la legislación italiana así lo exige. No hay esperanzas» y dio como hora oficial de la muerte a las 14.17, el momento del accidente. Así se terminó el GP maldito, el más fatídico de la historia.
La autopsia posterior informó que Ayrton sufrió traumatismos múltiples en la base del cráneo, ruptura de la arteria temporal y hundimiento frontal que le provocó hemorragia interna. Senna había muerto, el ídolo que convocaba multitudes en el mundo en cada carrera de Fórmula 1, el que se enfrentó a los estamentos más altos del deporte motor, el que siempre bregó por la seguridad… Hoy, es un mito al que generaciones posteriores que jamás lo vieron correr en vivo, lo tienen como ídolo.
(Tomado de ESPN)