Ayer, en el palco, Al Khelaifi miraba hacia la cancha con cara de póker. Su rostro inexpresivo, sin embargo, ocultaba la preocupación que hay en el club respecto al pobre rendimiento que ha ofrecido el equipo desde que arrancó el año 2023. El PSG ha entrado en bucle, quizá consecuencia de un Mundial que nadie ha podido olvidar aún. Ni los que lo perdieron ni tampoco el que lo ganó. Urge una reacción eficaz e inmediata.
El equipo ha dejado escapar ocho de los últimos doce puntos en liga pero más allá de las cifras, lo que inquieta son las sensaciones: “Nos faltó ritmo e intensidad. Con la cantidad de futbolistas experimentados que tenemos, cuesta entender el gol del empate del Stade de Reims”, aseguró anoche en caliente Christophe Galtier, decepcionado con un equipo que tiene que recuperar la solidez y el nivel competitivo a dos semanas para que llegue el Bayern.
El PSG vive con sus propios demonios, siempre presentes cuando regresa la Champions. Lo del año pasado contra el Real Madrid no se ha podido borrar de la memoria y los aficionados afrontan la eliminatoria contra el club germano con los miedos de siempre. En Europa no hay red de seguridad y jugárselo todo a esa carta es demasiado peligroso cuando no acompaña la estabilidad. Ganar o perder. Gloria o fracaso. El PSG va de un extremo a otro.
Ahora en Francia no hay otra expresión que esta: el club está en crisis. La zaga es frágil, el centro del campo no tiene suficiente autoridad y otra vez queda fiarlo todo a las genialidades del tridente. Siete partidos aguardan al PSG en febrero, ninguno tan importante como el del Bayern. El que puede servir para resetear la situación o el que puede hacer caer en desgracia otro proyecto de un club que se asoma al abismo temporada tras temporada.