Este es Brasil con las credenciales suficientes para deleitar y exigir ser candidato a título mundial.
Ver a Brasil, es asistir a un concierto de futbol. Nadie desafina. Todos armonizan y el espectáculo lo llevan a potencializar las fibras más sensibles de los aficionados al futbol.
No se trata sólo de Neymar, a quien le ceden la responsabilidad de ser el maestro de la orquesta, no. Brasil tiene violines, violas, violonchelos, contrabajos, flautas, clarinetes, trompetas, trombones, timbales, platillos, etc que armonizados hacen que el futbol se convierta en un arte.
Acaso para la estadística o quizá para los que no están convencidos que los brasileños están dispuestos arrebatarle su Mundial al 10 argentino llamado Lionel Messi, que desde los escritorios le otorgan por ser un digno sucesor del Dios argentino Diego Armando Maradona.
La Canarinha tiene una versión 2022 que no se había visto en mucho tiempo. Los primeros violines son cuatro: Vinicius por izquierda, Richarlison y Neymar por el centro y lo complementa Raphina. Roban cámara y lo que generan simplemente hacen que el medio campo quede en el olvido.
El ‘Jogo Bonito’ en su máxima expresión. Una reedición de los mejores brasileños que se recuerden, aunque falta verlo con sinodales de mayor peso. Lo único cierto es que esta noche, la magia apareció de la mano de los conejos, las desapariciones visuales. Este es Brasil con las credenciales suficientes para deleitar y exigir ser candidato a título mundial.
Quizá sí acaso hubo una pequeña ‘desafinsción’ de Alisson en el gol de Seungho, pero realmente había estado a la par de la mejor sintonía brasileña en varios acordes. Nada que reclamar, esta noche Brasil dejó la boca abierta al mundo y se espera todavía más.
Porque bien se puede aceptar que Corea del Sur es un rival menor, un adversario que estuvo a nada de aplaudir lo que vio en el campo a la superioridad manifiesta de un futbol de otra latitud preparado en esta ocasión para sumar su sexta estrella.