Esa chica tiene alrededor de 20 años y quiere subirse al techo de la parada de colectivos. Ahí arriba ya están sus amigos. Ella primero trepa a una columna cercana. Desde ese lugar está un poco más próxima al objetivo. Entonces, estira sus brazos, une sus manos con las de los jóvenes y se balancea unos segundos en el aire. ¿Se cae o no se cae? No se cae… Soporta. La levantan y cumple la misión. Arriba también ella…
Así, desbordante, impactante, conmovedor, fue el festejo de la Copa del Mundo que dibujaron los argentinos en su país. Ese momento con la chica subiéndose también al techo de una parada de colectivos (autobuses) ocurrió en la Avenida 9 de Julio, a pasitos del cruce con Corrientes, con el Obelisco como testigo.
Por ese lugar icónico de Buenos Aires, por ese sitio clásico de celebraciones, según estimaron fuentes policiales pasaron más de dos millones de personas gozando con el Mundial que levantaron Lionel Messi y compañía en la otra punta del mundo.
Apenas terminó el partido los fanáticos se lanzaron a las calles y se dirigieron hacia el Obelisco, en colectivo, en subte (metro), en auto, caminando, desde el norte, desde el sur, desde el oeste… Fue impresionante: unas dos horas después de la consagración, ya se observaban cuadras, cuadras y más cuadras copadas por una multitud compacta.
La gente se renovaba. Algunos regresaban a sus casas y otros llegaban al Obelisco. Pero las imágenes rescatadas desde arriba por los drones derivaban en la misma conclusión: una masa uniforme, como si fuese un estadio lleno, pero de decenas y decenas de cuadras.